Nunca fue fácil decirte adiós,
nunca me fue fácil decirle a adiós a nadie,
tal vez vendrá de ahí mi ateísmo.
Nunca me quise despedir de ningún lugar y
siempre me quise ir de todos:
esfumarme, esconderme, escabullirme, verbos rectores de una vida contingente.
Las palabras en las manos y en la cabeza me brotaban, siempre...
ahí estaban, las correctas, las indicadas, las precisas.
Pero siempre pasaba algo antes que pudieran llegar a mis labios.
Entonces mis ojos aprendieron a hablar.
(Le decía la niña que cómo lloraba, no sabían que lo que hacía era hablar, hablar, hablar.)
Igual y nunca te pude decir adiós. jamás lo haré, ni en los ojos, ni en las manos, mucho menos saldrá de mis labios.
jamás, nunca, siempre...
jamás voy a decirte adiós
nunca voy querer que lo sepás (ver, oír, leer)
siempre, siempre...
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