lunes, 14 de febrero de 2011

Correteando al sol

Primera parte.


Devíste ver el atardecer aquí,
Yo lo vi desde mis
ventanas
Ahora hace frío, pero mi alma guarda abrigo
al recordar como sin cautela,
decidido,
irrumpió en mis ojos mantequilla
y los fue derritiendo con su cálida nostalgia,
con su calor
hasta que dejo un manantial de catarsis
que se fue haciendo humo
mientras él se fue como vino
silencioso, clandestino.

De cuando la correteadora empieza su corretear.

Cansancio no podría ser precisamente la palabra que describa como me siento. El calor del medio día ya se deja sentir en mi espalda, talvez deba sentarme en esa roca a descansar.
Descansar no es precisamente lo que necesito, si necesitara descansar, cansancio sería una buena palabra para describir lo que siento.
Talvez solo debiera sentarme en esa roca a pensar.
Tengo en mi bolsillo derecho un corazoncito con cáncer de ausencia. Es que cuando era de mañana el pobrecito se enamoro de la nostalgia.
Talvez debiera comprar una brújula y cargarla al pecho, pero igual ¿quién me va a enseñar a componer el sur? Si cuando el sol se pone rojo se que es la hora del café con suspiro pero no que hora es.
Debería subirme a esa loma para ver el amanecer de ayer –talvez así pueda adelantar camino-, pero aquí en la piedra se está muy bien.
En mi bolsillo izquierdo tengo un espejo, allí guardo mis ventanas. Cuando las ventanas se abren, un par de ojos lunáticos se carcajean de mis medias naranjas. A veces se escapan, y hacen como que ya no quieren regresar. Una vez que era de noche, las ventanas los dejaron que vieran la luna, los ojos curiosos la vieron de tal forma que se enamoraron de ella y ahora cada que pueden se escapan a coquetearle, así, así se abren y se cierran, se ponen bizbirindos, lagrimean, se ponen tristes, cálidos, alegres, pero la luna, ni los pela. Que dizque es muy bonita, la luna, para hacerle caso a un par de ojos buscones.


Cuando salí de casa no tenía a donde ir. Por eso me vine para acá, ya con el tiempo no se está tan mal, por lo menos se esta mejor que en casa. Cuando él se fue le gritó a su esposa –yo hace tiempo perdí a Dios. Yo nunca entendí como podía perder algo que aún pronuncia con mayúscula, bueno yo no entendí muchas cosas entonces, tampoco creo ahora entenderlas. Cuando ella lo vio largarse se sentó en la puerta a esperarlo, y así estuvo durante mucho tiempo, no había forma de sacarla de la puerta, cuando vos le decías –que haces ahí vení entráte. Ella te decía –estoy esperándolo, un día va a regresar y entonces le voy a decir que se largue y que no regrese, que aquí nadie lo necesita. Y ahí se estuvo esperándolo, noche y día, tarde y maña. Vos mirabas el reloj y eran las tres, o de mañana o de la tarde, y ahí estaba igual si eran las cuatro, o las cinco. Hasta que un día ya no estaba. Yo no vi cuando se fue, un día nomás no estaba, cuando pregunté a donde se fue mamá alguien, no recuerdo bien quien, me dijo que alguien más le dijo, que su hermano le pregunto al verla levantarse que a donde iba y ella dijo que no iba a esperarlo más, que ella no estaba para esas cosas, así que mejor se iba a buscarlo para decirle que ya no lo iba a esperar y que mejor ya no regresara para que ella le dijera lo que le tenía que decir, que ya para qué se molestaba.
Me quedé sola un tiempo, allí en esa casa donde al principio vivíamos tres y ya luego solo yo. El hermano de la que se fue -así le llamaban, la que se fue, o sí la llamaba yo- le dijo a el señor que vivía cerca de donde vivía yo, o sea a mi vecino, que no me iba llevar a su casa porque si mis progenitores estaban locos y yo parecía muy rara no quería contagiar a su familia. Entonces me quedé solita, me llevaba cosas para comer y mi vecino se encargaba de mí, así era como le decía a los demás –yo me encargo de ella. Pero ya no me gustaba esa casa tan fea, tan rara. Un día que fui a la escuela le pregunte a la maestra, maestra en donde viven los atardeceres, la maestra me dijo no sé qué cosas raras de que la tierra gira y el sol también y no se qué cosas más, al final solo le entendí no sé que de algo llamado occidente u oeste, entonces me dispuse a seguir al sol. Una vez el que era mi papá antes de que se le perdiera un tal dios con mayúscula, me dijo que el sol vivía en el atardecer, que todas las mañanas se le podía ver, a el sol, salir de un lugar nombrado alba o amanecer -depende del nombrante- rumbo a su casa el atardecer u ocaso –este se nombra tal o cual más bien por el estado de ánimo del nombrante que por el nombrante mismo- . Otra vez yo le dije a este que era mi papá que quería cazar atardeceres, agarrarlos y meterlos en la ventana de mi cuarto para que todos los momentos fueran atardeceres, pero él –el que era mi papá- me dijo que eso no se podía porque entonces el sol se iba a quedar sin casa y no iba a saber a donde ir –entonces me contó lo del sol y su casa- entonces yo pensé que mejor en vez de cazarlo lo iba a buscar un día para vivir ahí, eso claro si el sol me dejaba vivir con él. Entonces al ratotote que me quedé solita me puse a ver donde era que quedaba la dirección exacta del atardecer y como no entendí eso de girar y días y occidentes de apellido oeste, pues mejor me dije vámonos a seguir al sol. Entonces un día que me levanto bien tempranito para esperarlo y que me agarro una mochila con comida para el viaje y un librito de colorear para llevárselo al sol de regalo y así me deje vivir con él. Lo esperé y ya cuando lo vi que me pongo a seguirlo, pero este sol condenado que camina bien rápido y siempre me deja atrás, entonces cuando lo miro que el ya llegó, me quedo esperando a que salga de nuevo de su casa que le llaman alba o que le llaman amanecer, o que otros que le llaman aurora, así me lo dijo un señor que me encontré una vez.
A veces que me encuentro cosas y que son bonitas me las guardo en la mochila para que cuando llegue allá al atardecer se las regalo al sol y así me deja vivir con el. Una vez me encontré un corazoncito que tenía cara de enfermo yo le dije, buenas señor corazoncito y el me dijo buenas. El me invitó a sentarme con el que dis que porque me veía cansada yo le dije que cansada no estaba que lo que estaba era con hambre y el me compartió un su pan que se estaba comiendo, ya no me acuerdo que tenía el pan. Después le pregunté que qué tenía –él corazoncito no el pan claro- y el me dijo que tenía cáncer de ausencia, a mí que siempre me dijeron que era bien curiosa me dio por preguntarle porque le dio eso y el me dijo que porque se había enamorado de la nostalgia y que sí lo llevaba con migo al atardecer me contaba su historia y entonces pos no le metía a la mochila lo puse aquí en mi bolsa derecha, y es que como en la izquierda ya tenía corazón, me acordé de eso que dicen que la derecha no tiene…

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